domingo, 29 de junio de 2008

Cosas nunca vistas


El calor insoportable no me dejaba coordinar los pensamientos. Sentada a la mesa del barcito de la esquina, miraba por la ventana mientras tomaba un agua mineral con gas. Intentaba poner en claro mis ideas porque no entendía qué había ocurrido, por qué me había dejado y al mismo tiempo, con lagrimas en los ojos, veía pasar la gente que apurada trataba de llegar enseguida a su casa para escapar de la tormenta que se veía venir. Yo estaba como en otro mundo, los miraba y no me daba cuenta de que también yo debía regresar. La cercanía del bar con el departamento de Andrés, no iba a hacer que las cosas cambiaran y no tenía sentido quedarme allí.

El cielo comenzó a ponerse oscuro y un fuerte viento empezó a volar las polleras de las señoras, las gorras de los chicos y los diarios de los señores que en la vereda del bar leían las últimas noticias mientras tomaban una cerveza helada.

Me levanté. Como una autómata caminé apurada hasta salir a la calle aunque sin saber a dónde ir y me tomé el cabello con las manos para que no se me volara junto conmigo misma y mis apenas cincuenta y dos kilos.

Por el aire pasaban papeles, bolsitas de nylon, envoltorios de todo tipo y hasta un billete ajado de dos pesos que me rozó la nariz y aunque intenté detenerlo siguió su camino ojalá que para detenerse en la gorra de algún mendigo.

Un molesto papelito blanco se me pegó en la cara y de un manotazo me lo saqué pero el atrevido dio una voltereta y otra vez quedó pegado delante de mis ojos que ya se estaban llenando de tierra mezclada con lágrimas. Volví a sacarlo y volvió a pegarse como diciendo leéme. Le hice caso, yo siempre hacía caso.

Con letra cursiva manuscrita un minúsculo mensajito decía “hombre invisible busca mujer transparente para hacer cosas nunca vistas”. Me causó gracia. Miré para todos lados tratando de encontrar al hombre invisible hasta que me di cuenta de que si era invisible no podría verlo. Tonta, me dije, dejé que el papelito siguiera su vuelo y seguí caminando apurada hasta que plafff, otra vez el hombre invisible se me pegó a los ojos. Lo hice un bollo, lo metí en mi cartera y apuré el paso.

De pronto, a un relámpago impresionante le siguió un trueno más impresionante y una lluvia torrencial se descargó sobre la ciudad, entonces sin pensarlo demasiado volví a meterme en otro bar para protegerme. Pedí un cafecito, ya estaba sintiendo frío y en la pantalla del televisor decía que la temperatura había descendido a 20 grados dejando atrás los 35 que habíamos tenido hacía media hora. Busqué en mi cartera un cepillo y allí, mirándome y matándose de risa, estaba el papelito. Lo desplegué y volví a leerlo: “hombre invisible busca mujer transparente para hacer cosas nunca vistas” y más abajo, casi imperceptible, el número de un teléfono celular.

Andrés siempre me decía, vos sos una mujer transparente, puedo ver todo a través de tus ojos, a través de tu sonrisa, a través de tu cuerpo cuando tiembla entre mis manos y que esto y que lo otro y que patatín y que patatán y todas esas cosas que dicen los hombres…todas esas cosas que nosotras nos creemos. Y si yo era una mujer transparente…por qué no llamar por teléfono al hombre invisible? Por qué no hacer cosas nunca vistas con este señor que me andaba buscando?.

Saqué mi celular y lo llamé. Así era yo, audaz, atrevida y como tal me lancé al misterio que había detrás de ese papelito y llamé.

- Quiero hablar con el hombre invisible- le dije.

- Quién habla- me contestó una voz que me sonó como cercana.

- Una mujer transparente- respondí y la mujer audaz empezó a temblar como una hoja.

- Quiero verte- me dijo la voz.

- Y yo podré verte?- pregunté.

- Los hombres invisibles somos invisibles a los ojos de los que no aman y sólo se dejan ver por mujeres transparentes.

Un celular había sonado hacía un minuto en la mesa de atrás, giré mi cabeza y un hombre de tez trigueña, barba y unos ojos que sonreían al mismo tiempo que su boca, me saludaba con la mano derecha mientras con la izquierda sostenía el celular pegado a su oreja.

- Puedo?- pregunté tímidamente señalando la silla que estaba desocupada al lado del “barbas”.

Ya estaba anocheciendo cuando nos subimos a su alfombra mágica y empezamos a recorrer el cielo de la ciudad, yo aferrada a su cintura y riendo a carcajadas cada vez que nos rozaba algún pájaro rezagado que volvía a su árbol. Nos sentíamos frío y ni el viento ni la lluvia nos molestaban. En las terrazas podíamos ver las ropas colgadas que empapadas había quedado enroscadas en las sogas; en las plazas, parejas de enamorados refugiados bajo alguna pérgola; en las cornisas, las palomas de a dos haciendo el amor y en la puerta de la catedral el mendigo con los dos pesos ajados.

Nuestras risas volaban con nosotros en la alfombra y se mezclaban con los truenos y se iluminaban con los relámpagos pero igual nadie nos veía. Nadie podía ver al hombre invisible que con la mujer transparente, estaban haciendo cosas nunca vistas y que nunca nadie vería.

1 comentario:

Alex dijo...

hermoso cuento, hermoso sueño.
por un momento, senti que podia verlos
saludos